sábado, 22 de agosto de 2009

Chiquito

Quieto chiquito! Tranquilo chiquito! Vos naciste para esto chiquito! Le susurraba al oído con voz temblorosa Ramón, mientras le abría la yugular con afilado cuchillo, sujetándolo de las patitas delanteras con su mano derecha.

Los desesperados gritos de inmediato cesaron, y la intensa lucha por seguir en pie se ahogó junto al charco de sangre que se dibujó en el suelo.
En ese instante el burbujeo del agua hirviendo volvió a escucharse, fue lo único que se escuchó. Lo demás, fue todo un profundo silencio. Incluso el viento se había callado, extrañamente, como pocas veces se calla el viento.

Esa misma noche, entre preguntas con pocas respuestas y un ansioso apetito, comimos lechón.

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